sábado, 18 de abril de 2015

Siete años en el Tíbet (1997).


Puntuación: 9
 PERO.

Con Siete años en el Tíbet hay un serio problema al que todo aquel que la vea se va a enfrentar; es una película estadounidense, Hollywoodiense, yanqui.

Cuando acaba la película se abre un debate en mi cabeza acerca de la nota que merece que le ponga dada la controversia que en mí suscita. Finalmente, como podéis ver, le he dado un 9. Pero no es un 9 sin más, no es un 9 puro, es un 9 con un asterisco, con una nota a pie de página y un PERO como la copa de un pino. Y es precisamente este PERO lo que todo aquel que vea Siete años en el Tíbet debe saber, debe entender y debe tener en cuenta.

Me explico:

Siete años en el Tíbet es muy buena película y a la vista está que la oferta de este tipo de cine es bastante escasa. No es frecuente encontrarnos con una película (digo película y no documental/reportaje) que aborde un país, una región tan inhóspita y tan recóndita, ni es frecuente que se aborde su cultura, su tradición, su forma de vida o sus costumbres. Siete años en el Tíbet sí lo hace. Y lo hace bastante bien, pues podemos ver multitud de detalles y características típicas de esos lugares que tan curiosas nos parecen. Vemos las largas peregrinaciones donde cada tres pasos se arrollidan y se tumban en el suelo, vemos como esto se realiza repetidas veces cuando se llega al templo, vemos los caballitos de viento (lung ta), vemos las ofrendas dadas y recibidas con ambas manos en señal de respeto, Potala, el nomadismo, los Yak y un largo etcétera que enriquece la película y logra acercarnos virtualmente al techo del mundo.

La película podrá tacharse de tediosa, de aburrida, y ciertamente se desarrolla de una manera lenta, por lo que no gustará al espectador impaciente ni a aquel que no tenga el más mínimo interés en estos lugares. Puedo decir, sin embargo, que la historia me atrapa desde el primer momento y pese a la lentitud ya citada voy enlazando con interés y mucha curiosidad las distintas etapas y aventuras que vive el protagonista, Heinrich Harrer. Desde las primeras tomas escalando, pasando por la cárcel, la huida, el increíble recorrido a pie de 2.500 Km en condiciones extremas, la evolución de la relación con su compañero de viaje Peter Aufschnaiter, hasta la llegada y la vida en Lhasa. Hasta aquí es todo un peliculón y mis felicitaciones a Jean-Jacques Annaud, Brad Pitt, David Thewlis y demás.

¿Qué pasa?, que la propia esencia de Hollywood aparece y mete la zarpa en todo. Me refiero, como no podía ser de otra manera, al trato que se da en la película a China. Conociendo como se conoce y sabiendo como se sabe que en todas y cada una de las películas de Hollywood se manipula hasta la saciedad poniendo buenos y malos a su conveniencia deberíamos sospechar desde un primer momento que nos la quieren colar o, por lo menos, no creernos a pies juntillas la situación que nos plantean. Sin embargo, esto no es así. Si vemos Siete años en el Tíbet creemos y casi nos convencemos de que China, comunista y con Mao Zedong a la cabeza, es un ogro, el diablo, mientras que el pueblo tibetano y los Lamas son ángeles. Además cómo no vamos a pensar eso si el Dalái Lama es un niño adorable, los Lamas son señores adorables, el pueblo baila, sonríe, se divierte, vive tranquilo y a salvo hasta que llegan los Chinos con todo su desprecio, su barbarie y vemos una escena en la que se obliga a un niño tibetano a matar a su padre.

Pues no señores, no. Eso es mentira. Los Lamas tenían un poder inmenso y el pueblo tibetano era un pueblo esclavo con condiciones de vida infraumanas y desde luego no era un pueblo libre. La llegada de China mejoró la vida de ese pueblo pese a lo que nos quieran vender. Y nos lo quieren vender porque el Tíbet ha sido históricamente del interés del gran EE.UU., por cuestiones geopolíticas y comerciales, porque es sabida la animadversión hacia todo aquello relacionado con el comunismo bla bla bla. Es curioso, el Tíbet, a día de hoy goza de la protección y de la simpatía de norteamérica, pero no dudéis que de no ser así y ceteris paribus, tendríamos una visión totalmente distinta del Tíbet, de la historia tibetana y nunca veríamos una película como esta. En lugar de un niño adorable y un pueblo felíz y tranquilo veríamos un Dalái Lama dictador sediento de sangre o qué sé yo. Por tanto, debemos tener en cuenta en todo momento qué estamos viendo y quién nos lo está contando.

Es este el gran pero de la película, el gran defecto. No entraré a hablar de la relajación que se da al pasado nazi del protagonista porque ciertamente no sé los pensamientos que este pudiera tener antes de la guerra ni me interesan, me quedo con todos esos años que vemos en la película. Me quedo con el acercamiento que nos da a uno de los parajes más increíbles del mundo, con la extraordinaria historia y las extraordinarias vivencias del protagonista.

Es por eso que le doy un 9. Aunque un 9 con pero.

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