Puntuación: 9
Pues eso, que el Coronel no tiene quien le escriba.
Un coronel sin nombre vive en un pueblo sin nombre con la esperanza de que algún día llegue la ansiada carta que lleva 15 años esperando y en la que recibirá la pensión correspondiente a su participación en la guerra civil.
A la espera de esta carta, que nunca llega y nunca llegará, el Coronel pasa sus días rodeado de miseria, con muchas necesidades, con una mujer enferma, con un hijo asesinado, con desasosiego, conformismo, resignación e ilusa esperanza.
Y con un gallo.
Un gallo que es la única posesión del viejo Coronel y el objeto de sus esperanzas, una alternativa a esa carta que semana tras semana sigue sin llegar. Un gallo que fue de su hijo ya muerto. Un gallo al que cuida y alimenta para que llegue el momento en que pueda pelear y obtener así beneficios. Para esto invierte lo poco, o nada, que tiene. Compra maíz con que alimentar al gallo con sus últimas monedas y llega el día en que son ellos, el Coronel y su mujer, los que se ven obligados a alimentarse con esta comida del gallo para poder sobrevivir.
No importa las penalidades ni las miserias que pase, no importan los días, las semanas, los meses ni los años que pasen, el Coronel acude cada semana a la oficina de correos con la esperanza de que su deseada y necesitada pensión llegue. Y cree que algún día llegará.
¿Qué busca García Márquez con El coronel no tiene quien le escriba?, transmitirnos el desasosiego ante la espera de un imposible. El lector lee esta obra y sabe que el viejo Coronel nunca verá cumplidas sus esperanzas y tal como es, así será su vida hasta el fin de sus días.
Como es propio de García Márquez también realiza aquí una crítica a un gobierno para el que nuestro viejo Coronel no es más que un hombre sin nombre, sin identidad y sin necesidades, que habita en un viejo pueblo sin nombre. El coronel es solo un viejo que en su día fue valioso para la guerra y hoy es olvidado.
El coronel no tiene quien le escriba es una de las mejores obras de este genio de la literatura.
-Es un gallo que no puede perder.
-Pero suponte que pierda.
-Todavía faltan cuarenta y cinco días para empezar a pensar en eso -dijo el coronel.
La mujer se desesperó.
«Y mientras tanto qué comemos», preguntó, y agarró al coronel por el cuello de franela. Lo sacudió con energía.
-Dime, qué comemos.
El coronel necesitó setenta y cinco años -los setenta y cinco años de su vida, minuto a minuto- para llegar a ese instante. Se sintió puro, explícito, invencible, en el momento de responder:
-Mierda.
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